sábado, 31 de enero de 2009

¿Qué pasa cuando te comes un yogurt caducado? Pues nada ¿Nada? Tres días malo sin poder salir de la cama, con el estómago como una lavadora puesta en el centrifugado y vomitando hasta la comida de la semana que viene. Claro que mi yogurt estaba caducado desde 2005, era un yogurt Gran Reserva que tenía precisamente reservado para una gran ocasión. La gran ocasión se presentó cuando estaba al borde de la inanición y vi que era lo único que me quedaba en el frigorífico.
Pasados los tres días de cama me dispuse a salir a la calle a comprar más yogures y me encontré en el ascensor con la vecina de enfrente. Todo el mundo sabe que un ascensor es como una caja de zapatos en la que si entran dos o más personas no cabe el silencio, y si cabe está tan incómodo que nos obliga o bien a agachar la cabeza o a levantarla demasiado. Lo que nunca podemos hacer es mirar a la persona que tenemos al lado porque eso debe de estar prohibido. Pues mi ascensor tiene que bajar ocho pisos, son cuarenta y dos segundos que se convierten en siglos si los compartes con la vecina (la vecina de enfrente tiene setenta y dos años, si fuera con la vecina de al lado que tiene veinticinco y una sonrisa que desmaya serían menos). Para no hablar del tiempo que es lo que se hace siempre y para que no se escucharan los gruñidos de mis tripas me puse a contarle cómo habían sido mis últimas diarreas con todo lujo de detalles. Se bajó en el cuarto. El silencio y yo nos quedamos mucho más tranquilos.
Hoy he seguido a un perro. Estaba aburrido en el parque, mirando las hojas caer de los almendros (no sé cómo es un almendro, es una metáfora; tampoco sé cómo es una metáfora, debe ser como un almendro pero con otras hojas) y pasó delante de mí un perro, con sus patas y todo, y lo he seguido. Parece que no, pero la vida de los perros debe de ser muy interesante. Para empezar tienen el cuerpo hacia abajo con lo que les es más fácil tumbarse. Supuse que vagaba sin rumbo fijo y me fui tras él alegremente. Movía el rabo (el perro, claro) y se paraba a cada rato a olisquear los árboles, las farolas, los niños. Torcía las esquinas con agilidad, cruzaba las calles sin mirar. Para mí, acostumbrado a la vida ordenada, ha sido una aventura de lo más emocionante. De vez en cuando volvía la cabeza hacia atrás (el perro) y se me quedaba mirando como si entre él y yo hubiera una cuerda imaginaria.
Después de recorrer media ciudad se ha metido en un callejón sin salida, y yo, confiado, he ido detrás. Me han dado una paliza entre él y un montón de amigos perrunos suyos que han aparecido de repente que todavía no he dejado de llorar.
De vuelta a casa he parado en una carnicería, con el dinero que llevaba el carnicero solo ha podido venderme un hueso. Para colmo, acabo de ver que los yogures que compré están caducados. A ver qué pasa.
El bixo casi no me mira, pero sé que tiene los ojos abiertos porque escucho el ruidito que hace como de beso cuando parpadea. Tengo pena.
Otra vez el cielo tiene las orejas gachas, pero no es un perro porque no levanta la patita cuando mea. Ea.

Optimista

miércoles, 28 de enero de 2009

otra vez habito en un tebeo
y una nube descarga casi piedras

me mojo
me mojo
me mojo

y mi maleta es un helado deshecho
junto a un autobús
que no llega

me ha llegado tu último mensaje
hoy sin falta te echo

y de pronto me doy cuenta
de lo mucho que lo espero
quiero decir
que llegue otro

olvidaste cariño
escribir
de menos

De lejos

lunes, 26 de enero de 2009

de lejos no parpadeo
no me arremolino a tus pies
para dejarte encinta de palabras
del calor de las cocinas

con lo que cuesta la distancia
hoy en día
si atravieso los kilómetros
al precio del gasóleo de las dulces mentiras

que tu boca que mi boca…

cuánto hemos movido
apenas
unos árboles apenas
la vida feliz
de un caracol sitiado

cuánto hemos vivido
los domingos porque dios
era tu cuerpo
y hablaba de rubios girasoles

de llamadas telefónicas
de paredes nuestras

de nosotros.

Dolor de muelas

sábado, 24 de enero de 2009

Su mujer nunca le hacía caso. La última vez fue ayer mismo, cuando le dijo que le dolía profundamente una muela. Ella, en vez de consolarlo o darle una pastilla que le calmase el dolor, se puso a reír. No entendía por qué tenía que reírse de él. A veces le entraban ganas de marcharse de casa. Todo esto lo pensaba mientras se ponía el pijama e iba al cuarto de baño por última vez esa noche, antes de acostarse. Se miró al espejo y se vio bien, todavía joven. Palpó su cara y notó como ya no le dolía la muela, pero su mujer se había reído de él y eso era difícil de perdonar. Regresó a la habitación y se sentó en la cama; mientras, su mujer lo esperaba tumbada leyendo un libro. Se sacó las zapatillas, dejó la dentadura postiza en el vaso que tenía preparado en su mesita de noche, apagó la luz de su lado y se tumbó en la cama, dándole la espalda.

Agenda

jueves, 22 de enero de 2009

el día de hoy despertará
con un lunar
en el dedo
con una pompa de jabón
justo después del colapso
de todos los transportes públicos

saldrá el sol
a la hora en que te bañes
y medirá lo que miden tus pies
y todo lo largo de tu cuerpo

será tarde muy pronto
detrás
de la manzana que has mordido

después se hará de noche
como todas las noches
habrá una oscuridad
del tamaño del sueño de las piedras

y se hará un ovillo
la luna
alrededor de tu cuello

amanecerá
si tú amaneces.

Renglones torcidos

martes, 20 de enero de 2009

todos los renglones torcidos
ya te lo decía

todos los renglones torcidos
desde los once años
desde el momento en que por más que buscabas

no encontraste aquella pelota
que perdiste en el parque

uno sabe claramente
igual que sabe
que alguna vez será el estuche roto
de los días

el diente que se cae
uno sabe que su vida puesta a hervir
hervirá menos

que tendrá quizás algunas palabras
y seguirán los renglones torcidos
que en definitiva no serás
tan feliz

nunca vivirás

en el balcón más alto y
aunque no importa las vistas deben ser
hermosas
lo que más te entristece

es que tampoco desde allí

encontrarás la pelota.

domingo, 18 de enero de 2009

Se supone que la función principal de una chimenea es la de calentar. Pues no, enciendo la mía a las once de la mañana y son las siete de la tarde y aún me caliento más encendiendo una cerilla. La mía (mi chimenea, digo) lo que hace realmente bien es tiznarme la ropa. Es un rectángulo (mi chimenea, otra vez) hecho en una pared, con un agujero dentro para meter los tronquitos. En ese agujero mi brazo siempre entra perfectamente, pero al sacarlo parece que el rectángulo se hace más pequeño y la manga se choca siempre con una esquina, ya sea la izquierda o la derecha, arriba o abajo; a veces también con la puerta (mi chimenea tiene puerta, necesita intimidad, pero no se cierra con llave). El resultado es un chaleco blanco recién estrenado con una hermosa raya negra en el lugar donde todo el mundo pone los ojos. Podría intentar encenderla con los brazos desnudos pero con el frío que hace me daría tiritera y no acertaría a meter el brazo en el rectángulo. Un desastre.
Por otra parte anoche estaba yo reflexivo y me dio por mirarme la mano izquierda. Estaba sentado en el sofá (el sofá es el mueble donde vivo, de hecho el día más feliz de mi vida será el día que descubra la cocina-sofá, el baño-sofá, el lunes-por-la-mañana-sofá) y me vi la mano izquierda elegante. Últimamente solo me veo elegante las pestañas postizas, así que me sorprendió el hecho. Movía la mano hacia un lado y era elegante, la cerraba y era elegante, señalaba con el dedo y era elegante, probé a hurgarme la nariz con ella y era elegante. Hice lo mismo con la mano derecha y fue horrible, como si perteneciera a otro, un monstruo. No lo entiendo, porque las dos tienen más o menos lo mismo: cinco dedos, aunque dispuestos de forma contraria, algunas uñas, mi futuro marcado en la palma (a lo mejor tiene que ver con eso, porque en la derecha hay una línea rota). Esto me crea ciertos problemas de identidad, porque ahora no sé cuál es la mía, si la izquierda o la derecha (yo tengo mis sospechas pero quiero ser optimista). Como esta mañana sigo reflexivo las estoy observando y me doy cuenta de que la mayoría de las veces lo que hace una lo deshace la otra: si una quiere llamar por teléfono la otra cuelga e intenta mandar un mensaje; si una vierte la leche en el tazón la otra la derrama; la culpa del zapping (¿se escribe así?) es de mis manos, una quiere ver House y la otra (qué antigua) La casa de la pradera; una acaricia y otra abofetea (imagínate qué plan, en una cita con la mano derecha pegada al bolsillo con loctite); una conduce y la otra mete las marchas (ah, eso creo que es normal). Para lo único que se ponen de acuerdo es para ir al servicio: las dos quieren hacer lo mismo, justamente para lo único que no las necesito a las dos, porque desgraciadamente con una tengo más que suficiente. Estoy preocupado (por lo de las manos, digo), aunque de momento no he decidido cuál debería amputar.
Al bixo le gusta el sol, y cuando lo miro de noche lo hago con una de esas linternitas con pilas que no se gastan, pero sin rayos ultravioleta.
Hoy voy a ser bueno y prometo no mirar dentro de las casas ajenas buscando telarañas.

Otra vez

sábado, 17 de enero de 2009

casi no queda tiempo
esta noche
entregados como estamos
a no perder la cáscara un pellejo
de vidrio
ni asistir a los colegios

aprender

de nuevo la infancia
el horizonte los murciélagos
fumando un cigarrillo

derrotar las pérdidas
deshacer de nuevo las pastillas
de avecrén
la cama donde te acuestas
la humedad de los rincones

amainar con piedras
las palabras

tocarnos
otra vez
tocarnos…

El soldado

jueves, 15 de enero de 2009

A lo lejos resonaron los primeros tambores. La noche anterior el soldado no había podido dormir, nervioso antes de la batalla, y ahora se estaba meando. Pensó si sería correcto alejarse unos metros de la formación para aliviarse, pero muy cerca de él estaba el capitán dando instrucciones y temía recibir una reprimenda. Esperó un rato para ver si se marchaba. Cuando se marchó los tambores resonaban más cerca. El soldado dudó porque nadie se movía de la formación, pero no podía aguantar más. Se alejó unos metros hacia la retaguardia y los que estaban a su lado le dijeron algo que no oyó. Desde otra fila se alzó una voz que lo insultaba llamándolo cobarde y desertor. Cuando volvió la vista irritado todos lo miraban. Avergonzado y sin ganas de dar explicaciones tuvo que regresar a su fila. Al momento regresó el capitán para darles una arenga que duró treinta y cinco minutos, tanto que los tambores casi no dejaron oír sus últimas palabras. El soldado no podía más. Pensó que con la cercanía del enemigo sus compañeros, excitados ante el combate, no repararían en su fugaz ausencia. Esperó unos minutos más y volvió a escabullirse lentamente hacia la retaguardia. Entonces empezó a quitarse la armadura; primero el yelmo porque con él no veía; el faldón estaba sujeto al peto y tuvo que quitarse ambos; después la pancera; la pernera también, para bajarse la coquilla que se había enganchado; por último los guantes.
Cuando, ya a punto de reventar, la mano deslizaba hacia abajo el calzón, empezaron a silbar sobre su cabeza las primeras flechas.

Cada mañana

martes, 13 de enero de 2009

te saludo con una inclinación
o una tentativa de homicidio
a ti
también

y a ti que caminas
hacia un reguero de pólvora / todos

los días llueve
debajo de los puentes y yo
calado hasta los huesos
esperando una bala perdida
un episodio
que tenga tu ropa en los créditos

cuánto amanece si amanece uno solo

aún así te confieso
que no sé dormir
a tu lado
si me tocas.

Mensual (poema menstrual)

lunes, 12 de enero de 2009

me vendrás a decir que la culpa de todo
de que se te cayera el helado / de
los meteoritos

y te manchara la blusa
dejándote el día como un borrón de típex
deslucida adolescente tienes
solo quince años

y en el sexo un saxofón de cosquillas

el malhumor es la sombra que te haces
me vendrás a decir
que la culpa de todo

del helado también de
los meteoritos
de la puñetera vía láctea
cabalgando a lomos de un dios empalmado

de las horas que te pasas
en el cuarto de baño
cambiándote de bragas de eso sí
tengo yo la culpa.

domingo, 11 de enero de 2009

No quiero ser impertinente, pero por las noches paso frío. Hay quien se queja de que el agua de la ducha no le sale con la suficiente presión, hay quien se queja de que en la tostadora no le caben los molletes (me refiero al pan, no creo que alguien intente meter la cara). Yo me quejo de que por las noches paso frío. Además, el agua de la ducha no me sale con presión y no me caben en la tostadora los molletes (ya saben cuáles).
Duermo con tres mantas, quiero decir que me tapo con ellas, no que las acueste a mi lado y les susurre cosas al oído; en ese caso tendría sentido que pasara frío. Bien, me tapo con ellas de manera que casi no puedo respirar. ¿Cuánto pesa una manta? No lo sé, pero tres pesan mucho, hasta el punto de que no puedo darme la vuelta en la cama, como caigo me quedo. El proceso es el siguiente: entro en la habitación (porque la cama está en una habitación, no soy tan raro) con el teléfono móvil; deposito el móvil en la mesilla de noche y echo hacia atrás la primera manta, después la segunda y por último la tercera; sábanas también tengo pero ya se levantan solas. Acto seguido me meto en la cama, me tapo con las sábanas (eso no lo han aprendido), me cubro con la primera manta, después con la segunda y después con la tercera. Si tengo que levantarme a mear por la noche (otro día hablaré de mi próstata) llamo a urgencias; si tengo que levantarme a coger un libro porque no me duermo llamo a urgencias; si tengo que levantarme para ir al trabajo (es un decir) llamo a urgencias, les digo que estoy enfermo, pido un justificante médico y sigo durmiendo. Entenderán que así nunca haga la cama, claro, supone un esfuerzo terrible. Para hacer el amor espero a que llegue la primavera o el verano, aunque da mucho coraje porque los planes atractivos, sólo para fastidiar, siempre aparecen en invierno, será por la necesidad de calor. Ligas un sábado (también puedes ligar un martes, pero estarás sereno y eso siempre acaba en matrimonio; o te emborrachas también los martes, en ese caso no te casarás pero acabarás alcohólico, tú eliges) y al salir de la discoteca le dices que hasta luego, que se espere tres o cuatro meses, que te dé el teléfono que ya llamarás. A ver qué pasa. En una ocasión intenté hacer el amor (primero intenté follar) en invierno y fue divertido; no quiero dar detalles pero es cuestión de práctica. O entra a la primera, antes de taparte con las tres mantas, o no entra. Y cuando entra ya no sale, olvídate de movimientos circulares o diagonales o pendulares (¿hay tantos?) o cambiar de postura porque no puedes. Si quieres salir de ahí, llamas a urgencias.
Otro día hablaré de lo que ocurre cuando me ducho (es un decir), de lo lindo que está el bixo cuando enseña las patitas o de los extraterrestres. Lo que quería decir hoy es que, aún durmiendo con tres mantas, paso frío por las noches. Era nada más que eso.

Para qué

sábado, 10 de enero de 2009

entonces para qué nos acostumbramos
para qué
medimos los versos los abrimos
los abandonamos

en tu cuerpo
que tirita
como un regalo que se ha caído en el agua

y llenar para qué
de cosméticos la mañana de
panecillos fugaces como estrellas

de aeroplanos de trineos
de penúltimas tentaciones

si se rompieron los hilos
y ni siquiera somos ya
marionetas

los inviernos solo duran
lo que les deja el pasado
entonces

para qué.

La multa

jueves, 8 de enero de 2009

Entró en la oficina al alba. Sacó muy despacio el dinero y lo depositó sobre la mesa. El hombre que había sentado al otro lado contó los billetes uno a uno, lentamente. Al fin había pagado la multa.
Lo peor era lo otro, los seis meses de sanción que le quedaban. De nada le había servido protestar, alegar que era urgente que llegase, decir que aquellos límites en su opinión ya no eran apropiados; que, a veces, el mismo cansancio te obligaba a acelerar. No dijo nada de las copas que había tomado por no estropearlo aún más. Recordó con rabia que su mujer jamás se había quejado, a su lado ella siempre parecía cómoda y relajada. Sin embargo, tras el divorcio, su nueva compañera le pedía cada vez que fuese más despacio. Más y más despacio. En ocasiones pensaba que ella quería que no llegara nunca. Tuvo que ser ella quien lo denunció.
Salió de la oficina y se dirigió sin prisa al coche. Condujo despacio hasta casa, respetando con suma obediencia los límites de velocidad. Como siempre había hecho.

Aniversario

miércoles, 7 de enero de 2009

repleto de luz como estabas

acodado
cómodamente en la pirueta
quién te vino a decir

con tanto lujo de detalles
que cambiaras el rumbo igual
que el chasquido de una emisora estropeada igual
que un delicado portazo

se desquita el horizonte
vomitando un grano

aunque sabes que todo es mentira

el futuro también
no tienes nada

solo música.

Vas y vienes (poema de amor de ida y vuelta)

martes, 6 de enero de 2009

el modo en que te vas
no cabe solamente
en un pozo tiembla el silencio

aquellos pájaros
se adelantan al disparo

si después me contases que regresas caminando
desde que abren las primeras flores
pensaré que has recogido

en tus manos la noche.

lunes, 5 de enero de 2009

Cuál es la diferencia entre intentar respirar dentro del agua o aguantar la respiración fuera. Pregunta que me viene a la cabeza a las tres de la mañana, cuando las personas normales duermen o ven películas porno o, los más afortunados, practican el sexo con cualquier desconocido, (o hacen las tres cosas a la vez, los viciosos), harto de dar vueltas en la cama sin encontrar el garbanzo que no me deja dormir. Cuál es la puñetera diferencia. Pues así hasta las cinco.
Como no me ha sucedido nada interesante voy a contar cómo será el día en que me roben. Ese día será viernes y será seguramente después de un jueves. Serán dos los ladrones y, por supuesto, yo no albergaré ninguna sospecha de que me van a robar (si lo hiciera, además de adivino, sería gilipollas por no huir a tiempo).
Me van a dar un susto de muerte. Es el momento que nunca se olvida, el susto, porque siempre pensamos en la cara de idiota que se nos pone y en que una foto en ese instante haría que hasta tu propia madre te negase. Bien, les haré frente y diré: “si tuviera un machete sería una persona con machete” (no sirve de nada pero siempre he querido decir esa frase cuando me atraquen, me hace ilusión). Me pedirán el dinero en un idioma que desconozco (hay muchos) mientras uno de ellos empuñará una navaja de barbero (será un robo chapado a la antigua, un pelín clásico, diría yo, aunque me dejarán bien afeitado). Haré caso a la navaja y le daré veinticinco euros, el móvil, un cupón de descuento en un sex shop, la tarjeta del bonobús y una foto tamaño carnet de mi hermana, ya que mi madre dice que a la niña hay que casarla antes de que se le pase el arroz. Pues eso.
Visto así, hay que pensar que un robo no tiene nada de heroico. Hay quien se enfrenta a los ladrones y se muere; hay quien se muere antes de enfrentarse a los ladrones; hay quienes, como yo, esperan treinta y cinco minutos a que dejen de temblarle la voz y las piernas para ir a una comisaría y decirle llorando al de la puerta que llamen a mi madre, que soy chico y me he perdido, y que traiga de nuevo los pañales. Así será.
Mi vecina de abajo ha venido a pedirme que por favor haga un poco más de ruido en mi piso. Dice que saben que vivo arriba y cuando pasan dos días sin escucharme creen que estoy muerto, que me he caído en la bañera o algo así y se preocupan. Le he dicho que a partir de ahora, de tres a siete de la tarde, me pondré tacones.
Los días son tan cortos todavía que andan en tacataca. Echo tanto de menos al bixo que tengo que ponerme chupe para dejar de llorar.
La diferencia es, por cierto, que en el primer caso acabas mojado. Una revelación.

viernes, 2 de enero de 2009

He conseguido estar sesenta y tres horas sin hablar con nadie. Ha sido duro, aunque he de reconocer que ayudó mucho el que tampoco nadie haya intentado hablar conmigo. El truco está en contarle a los objetos inanimados (¿hay alguno animado?) los pensamientos trascendentales que te vienen a la cabeza: me estoy meando, no sé qué voy a cenar hoy, debería haber cambiado las sábanas de la cama, llueve… Nunca te contestan ni te solucionan los problemas, que es justamente lo mismo que hace la mayoría de las personas, pero al menos no se van. (Si lo hicieran, si te contestaran o se fuesen, es cuando habría que empezar a preocuparse y llamar a alguien animado. No a un psiquiatra, mejor a alguien animado).
Por cierto, aquí llueve desde que tengo uso de razón. Llueve como hacen el amor algunos matrimonios: de forma intermitente y con desgana. Llevo varios días intentando hacer algo de deporte y tengo que agradecer a esta bendita lluvia que no me deje. Entre el sonido de la cisterna y el sonido de la lluvia bastante hago con levantar la tapa del wáter. Ahora vengo.
Eso sí, me entretengo mucho viendo la rata que vive en la glorieta (rotonda) que hay junto a mi casa. Admiro mucho a esa rata porque se ha ido a vivir a una isla desierta. Cada día, cuando va al trabajo, vive una auténtica aventura para cruzar la calle (los coches no respetan los pasos de cebra para ratas). Pero al regreso, cuando llega a casa después de una dura jornada y se sienta a contemplar el vasto dominio redondo que es su isla, con su palmera, sus cinco cactus, tres piedras y cuatro señales de dirección obligatoria y ceda el paso, debe sentirse recompensada. Por muy bien que las otras hayan decorado allá abajo las alcantarillas.
Pero basta ya de hablar de mí. El bixo no da señales de vida y el nuevo año parece una novia que se ha caído en un charco. La luna no sale ¿habrá caducado?
Me estoy meando.

Arena

paseamos por la playa atrapamos
un destello
que se filtra entre las nubes
una sonrisa

no sirve de nada una sonrisa
ni las hogueras que encendemos
para alejar el frío al que apuntan las veletas

duérmete si quieres
porque la infancia no volverá esta noche

ni siquiera las otras ni siquiera
las otras.

 
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