El sustituto

jueves, 30 de abril de 2009

He perdido el pene. No sé cómo ha ocurrido pero he perdido el pene. Me palpo la entrepierna buscándolo como un loco y no lo encuentro. Miro entre las sábanas, entre las mantas, me quedo pensando cuándo lo vi por última vez. Anoche lo tenía. Recuerdo que fui al baño y que después me acosté y lo tenía. Me levanto, miro bajo la cama, dentro de las zapatillas, debajo del colchón, me quedo en pelotas y me palpo de nuevo. No encuentro mi pene. Me estoy poniendo cada vez más nervioso. Intento relajarme. Me digo: si tampoco lo usas tanto, piensa que si no lo encuentras tampoco pierdes mucho, podrás acostumbrarte, llevar una vida normal, más relajada tal vez. No me sirve. Quiero mi pene. Vuelvo a recordar que anoche lo acaricié ligeramente antes de dormirme. Se me saltan las lágrimas y me enfado conmigo mismo por no haberle prestado más atención. Siempre echamos de menos las cosas cuando ya no las tenemos. Me prometo a mí mismo no dejar de tocarlo y cuidarlo si lo encuentro. Tengo que encontrarlo. Me pongo los calzoncillos y queda un hueco informe donde tendría que estar el bultito de mi pene. Las lágrimas no me dejan ver. Dónde está mi pene. Desesperado salgo al baño a lavarme la cara y al volver le doy una patada a algo que rueda debajo de la cama. Mi pene. Me agacho y lo recojo como quien recoge a un recién nacido. Mi pene. Ni siquiera lo limpio de pelusas ni de polvo, con prisas vuelvo a colocarlo en su sitio. Por fin. Mi pene. Más tranquilo comienzo a vestirme y al calzarme observo que he perdido el dedo gordo del pie derecho. No puede ser. Me bajo de nuevo los calzoncillos y ahora sí, ahora limpio con cuidado el apéndice que hay colocado entre mis piernas. Me encojo de hombros. Mientras no olvide cortarme las uñas…

Canción del que no duerme solo

viernes, 24 de abril de 2009

qué cercano encuentro tu rostro
y qué estricto el maquillaje que te queda
debatiéndote en el sueño
como el silencio en un furgón de cola

han venido contigo las pestañas
y pasaré días buscándolas todas
cuando ya no estés

y no parezcas una carretera tumbada por descuido
o una carta de amor imperfecta

todas las noches tienen almohadas
y el tic tac de una campana como un nido vaciado
acompasando el ritmo de tu pecho
trotando igual que la lluvia en los tejados

voy a dormir hasta que acabe el mundo
o quieras rozar con un pezón de oro mi lengua
y encontrarle manantiales

hasta que nadie sepa vestirte en la mañana
y una melodía de copas y de árboles
conjuren un tiempo de promesas y de uñas.

Carnet de conducir

viernes, 17 de abril de 2009

El día que en la autoescuela explicaron que detrás de un balón siempre viene un niño, y que por tanto es importante frenar y anticiparse a la posibilidad de un atropello, Joaquín estaba algo despistado mirando el escote de su compañera de pupitre y lo entendió al revés, es decir, que detrás de un niño siempre viene un balón. En consecuencia, cada vez que un niño cruzaba la calle delante de su coche Joaquín frenaba presto y no reemprendía la marcha esperando que pasara el balón. Huelga decir las molestias que eso acarreaba al resto de automovilistas. Pero Joaquín, ajeno al sonido de los cláxones y a los variados improperios, esperaba pacientemente a que pasara algún balón. Sin embargo, esto nunca sucedía y Joaquín comenzaba a pensar que ya iba siendo hora de revisar las normas de circulación.
Hasta que un día Joaquín vio pasar el balón justo delante de su coche. No le importó no ver al niño antes, me habré despistado, pensó. Tuvo solo que frenar un poco para ver cómo el balón cruzaba lentamente la calle botando y se quedaba parado junto a la acera. Pues tenían razón en la autoescuela, se dijo. Para no impacientar a los conductores que se acercaban por detrás, Joaquín aceleró a tope.

Ya solo me queda pulir la memoria

domingo, 12 de abril de 2009

ya solo me queda pulir la memoria
quitar las hierbas de un terreno baldío
donde campan a sus anchas los insectos
y tres o cuatro rosas

cubrir por ejemplo aquellos pechos
de la mujer que desnudé un día
para que vuelva de nuevo a ser virgen
o sonrisa sin uso

o pregunta reciente o palmo de fragancia
o día festivo

velar las citas a ciegas que no tuve
como alguien que llora a sus muñecos
mirando unos ojos estériles
y unos brazos que no huelen como axilas
ni saben doblegarse

el hombre que me enseñó una piedra
y me dijo que era un trozo de esperanza
y la tiró con fuerza
para que flotara en los cristales
para que rompiera el agua y despertara a los vecinos

aquella vez que vi un cometa
y tenía las manos de mi madre

y poder dormir de nuevo a pierna suelta
debajo de un caballo que salpica los sueños
sin riendas sin respeto sin temor a nada

sin nadie que me diga no eres tú sino otro
y me cierre como un velcro que tapa la luz
y deje un secreto escondido en ella
suave pero hermoso.

viernes, 10 de abril de 2009

Me da un coraje. De verdad, me da un coraje. Con lo que me gusta preparar la cena y todas las noches que me toca me pongo malo. Al final tiene que prepararla siempre mi hermana o hay que pedir una pizza. Es curioso, porque me pasa lo mismo cuando toca hacer limpieza en el piso o ir a comprar al Carrefour. Cuando es en el Mercadona, sin embargo, no me pongo malo, y además me paso media tarde arreglándome y eligiendo bien la ropa. No sé muy bien por qué, seguramente por agradecimiento a los buenos precios que tienen…, porque por la exuberante y hermosa cajera que me cobra siempre no va a ser.

De un tiempo a esta parte noto que estoy pasando por una crisis (no económica, que también, aunque esta es otra). Imagino que será por la edad. Recuerdo que la primera crisis por la edad que tuve fue al cumplir los tres años. Entonces había una chica de dos años que se llamaba Ángela de la que estaba locamente enamorado, fue mi primer gran amor. Sin embargo, lo nuestro duró poco. Nos veíamos todos los días, cuando nuestras madres coincidían de camino al mercado y se paraban a charlar de sus cosas. Nos mirábamos tiernamente y succionábamos con avidez nuestros respectivos chupetes mientras intentábamos mantener el equilibrio y no hacernos pis encima. Una vez estuvo en mi casa, aunque no pasó del patio ni dejó de jugar con una tortuga que teníamos a pesar de que yo tiraba de ella para llevarla a mi habitación y que nos revolcásemos juntos en la cuna. La cosa terminó cuando a mi madre se le ocurrió que ya era mayor y debía dejar de ponerme pañales. Ese día, cuando íbamos al mercado, con los nervios se me escapó el pipí justo al ver a la niña, y ella se quedó mirando con aire displicente el hilillo de orín que salía por una pernera de mi pantaloncito e iba empapando el zapato y formando un hermoso charco calentito a mis pies. Ahí acabó todo. Nunca volvió a mirarme. Jamás intercambiamos los chupetes ni los mocos. Un desastre.

Después, a lo largo de mi vida he tenido otras muchas crisis por culpa de la edad, algunas con pipí incluido, pero ninguna como la que estoy pasando ahora. Noto que ya los chupachups no saben igual, los pantalones cortos no me quedan tan bien como antes, cada vez acierto menos con el tirachinas (esto también podría interpretarse como una metáfora de algo). Comienzo a preocuparme porque si esto sigue así creo que hasta empezará a gustarme la cerveza y le daré alguna calada a un cigarrillo. Supongo que eso es lo que llaman hacerse mayor, de ahí a verme con barriguita y calvo no hay nada.

Por otro lado pienso que la crisis económica también debe de estar haciendo bastantes estragos, pues cada vez veo más gente encapuchada por las calles, imagino que para que los acreedores no los reconozcan. Puestos a disfrazarse, a mí siempre me gustó más el de Batman, aunque el del ku klux klan parece que impone más. Eso, o está de moda.

Hoy hace viento de poniente, a mí me da igual pero siempre me pregunté si debajo de las faldas el viento de levante o el de poniente causan los mismos estragos. Al bixo no le importa, porque cuando se pone faldas al viento se le corta la respiración. A mí me pasa lo mismo.

Cambio horario

lunes, 6 de abril de 2009

El niño grita:
- ¡Es la una y cuarenta y dos!.
Yo estoy sentado frente al ordenador, mirando el fondo de una pared blanca y rodeado de silencio. El niño desde la calle vuelve a gritar:
- ¡Una y cuarenta y tres!.
Intento escribir una historia sobre el tiempo que pierdo mirando el fondo de las paredes, rodeado de silencio, y el niño de nuevo me distrae con su voz de orina:
- ¡Es la una y cuarenta y cuatro!
El reloj del ordenador marca la una y cuarenta y dos, parece que el niño se adelanta dos minutos. Durante un buen rato me quedo quieto, sin hacer ni pensar nada, mirando el fondo de una pared blanca y rodeado de silencio. Después, de pronto, como si despertase de un sueño, miro el reloj del ordenador: marca la una y cuarenta y siete. El niño grita:
- ¡Una y cuarenta y cinco!
Tengo miedo.

Historia triste

sábado, 4 de abril de 2009

La pequeña Celia tenía los ojos dorados, un mechón rubio en el pelo que hacía que su cabeza pareciese un campo de trigo desmayado y arrastraba siempre con su mano derecha un cubo lleno de piedras.
La pequeña Celia suspendía siempre Educación Física, llegaba siempre tarde a las fiestas de cumpleaños y nunca jugaba a saltar la comba.
Cuando caminaba el cubo hacía un ruido de tractor averiado. Los niños nunca la sacaban a bailar y a su madre le dolía la espalda cuando intentaba cogerla en brazos.
El día que la llevaron a la playa Celia iba dejando un surco en la arena con su cubo lleno de piedras, a veces se paraba a descansar y los rudos pescadores se acercaban a mirar dentro del cubo para ver si había peces. Después se marchaban decepcionados.
Al caer la tarde Celia se llenó de agua y en el cubo apareció un pez, y el surco de arena que entraba en el mar cuando subió la marea parecía un mechón de nada.

 
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