No sabía que había que hacer cursillos para realizar milagros. Leo en una revista seria que hay un curso titulado: “Introducción a los milagros” y pienso que también en los cursillos, como en tantas cosas, los de antes eran mejores. Claro que, aún así, Jesucristo tuvo que sacar Matrícula de Honor, o doctorarse en milagros, si no no se explica. De cualquier forma, los milagros de hoy en día ya no son como los de antes, donde se ponga una resurrección o el milagro de los panes y los peces que se quite el viagra y que llueva cuando sacan al viejo en los pueblos. (El milagro de los panes y los peces no sirve hacerlo al revés, que eso lo hace cualquiera). A lo mejor es que en esta época sólo se da la introducción a los milagros, mientras que en épocas antiguas había además Curso avanzado de milagros I y II y Licenciatura en milagros (con becas y prácticas en Judea). Yo qué sé.
Han ocurrido muchas cosas en todo este tiempo, aparte de que estoy comenzando a sanar serpientes (en este curso se practica con ellas, si no las curas es que son del diablo). De ellas sobre todo hay dos que me han impactado (no digo serpientes, sino cosas): me he dado un golpe tremendo en las costillas que aún me tiene medio postrado y tengo una contractura en el hombro izquierdo, de otro impacto, impactante también. No sé por qué todas las cosas llegan últimamente del lado izquierdo, como los golpes o las vacaciones forzadas de ese hemisferio cerebral, o la jubilación a los sesenta y siete años. Para compensar, he dejado de mirar hacia la izquierda cuando cruzo la calle, seguro que me va mejor así. Bueno, el caso es que con el dolor de costillas y la contractura no puedo girarme hacia ese lado maldito en la cama, tengo que dormir boca arriba o hacia la derecha. Los sueños que tengo son radicalmente distintos pero lo que realmente me preocupa es que no sé si hay alguien acostado junto a mí en la cama. Siempre duermo en el lado derecho y sospecho que puede haber alguien a mi izquierda, tal vez la última chica que se quedó en casa, allá por el siglo XX. Desde hace unos días percibo un olor extraño en la habitación pero como no puedo girarme… Durante el día nunca me acuerdo de mirar porque me levanto dormido y con la hora pegada en el trasero. Cuando me cure veré, tal vez tenga la posibilidad de poner en práctica las últimas habilidades adquiridas en el maravilloso curso de milagros (con esto no debería interpretarse que los conocimientos en sanación de serpientes vayan a tener las mismas consecuencias en las mujeres o, en caso extremo, que mujeres y serpientes vengan a ser lo mismo. Para nada).
Por otra parte imagino que nadie se pregunta por qué estoy tan impactado y piensan simplemente que soy algo liviano. Pues de todas formas lo cuento: también estoy aprendiendo a patinar. Bueno, de momento aprendo más a caerme. ¿Para qué estoy aprendiendo a patinar? Pues eso no lo sé con seguridad, primero pensé que quedaría muy moderno ir patinando hasta el trabajo y ahorraría algo de tiempo pero he descubierto que no hay patines todoterreno y que tendría siempre que hacer una parada en el hospital más cercano. Después pensé que por lo menos haría amiguitos pero mientras vamos en patines muy bien, las risas y los golpes y todo eso, pero cuando nos quitamos los patines no sabemos qué decirnos, nos quedamos mirando los patines, dándoles vueltas a las rueditas, sin saber qué hacer ni qué decir. A los patines les está pasando como a la cerveza y al café: sin ellos la amistad no existe. Al menos me está sirviendo para poner en práctica algunos remedios milagrosos que he aprendido que, por cierto, para que no haya ningún otro malentendido con los ofidios, no están surtiendo ningún efecto.
Leo una frase de Robert Frost que dice: “La felicidad compensa con altura lo que escatima en longitud” e inmediatamente subo al undécimo piso por si está en venta. Los vecinos me dicen que no pero también que ellos serían más felices si no tuvieran goteras en los techos. Me quedo perplejo porque una felicidad con goteras es lo que ya tenía, y más este año con la que está cayendo.
Al bixo las gotas de lluvia empiezan a salirle por los ojillos y yo las recojo para regar con ellas las alegrías y los pensamientos. Los geranios no que siempre cogen bichos.