Ortografía

jueves, 20 de mayo de 2010

Por culpa de una pequeña errata en su noche de bodas no consumaron el amor, lo consumieron.

Tejados

martes, 11 de mayo de 2010

es un juego pero si pudiera
con mis manos
hacer el molde de la lluvia subir
a tu tejado y llamar despacio
como lo hacen las gotas

y los vendedores de enciclopedias
(el saber en veinte tomos y
no es suficiente para definir tu sorpresa)

de todos modos ahora que no llueve
sería escandaloso andar trepando

esperando el futuro
que parece que siempre tarda en llegar
no como los productos caducados
o las sesiones en los cines matinales

de noche tu sombra
agranda los contornos por eso vivo
(es un decir
una calle que aparece nada más
en los mapas de extranjeros despistados)

digo que vivo (y no quiero repetirme)
con las luces apagadas
mirando el tiempo

en la escarcha de los cristales (ahora
que lo pienso mirar la vida
en los cristales empañados

puede producir un reflejo introspectivo
y engañoso de uno mismo
como cataratas en los sueños o una mancha
que no supe limpiar bien

a la altura del corazón
a no ser que distraiga mi atención
una mosca que resbala y me dé por las metáforas estúpidas)

pero hablaba del tiempo
porque en todos los periódicos
amenazan con tormentas

los sábados sobre todo y los domingos
justo cuando dios te mira en la ducha
y yo te pienso como un adivino ciego
pero ahora que es martes
(los martes tienen el hermoso don
de no servir para nada)

aparece un sol pintado hasta las tantas

y no estarás despierta
porque nada desaparece si no cierras los ojos
(lo real es tan efímero que a veces
no sucede)

retomo los principios y no sé si mis manos
podrán trocarse en polvo de luz
o luz en polvo como la leche iluminada

ahora que estaban acostumbrándose
a la humedad de no tocarte a resbalar
en el musgo de los tejados (qué bello
es soñarte a la intemperie)

donde un gato espera agazapado
a que haga un nido un ruiseñor
en cualquier parte o en ninguna.

El audífono

lunes, 3 de mayo de 2010

Al cumplir los sesenta se quedó sordo. Ocurrió de forma gradual, primero escuchando cada vez más lejana la voz de cotorra asustada con que le hablaba su mujer. Al principio le pareció bien, dejaron de molestarle sus chillidos histéricos, pero pronto su vida se convirtió en una película muda. Acudió a un centro especializado y compró un audífono de última generación. Su funcionamiento era sencillo. Después de colocárselo y tras los primeros ajustes para suprimir un turbio sonido como de papel rasgándose volvió a escuchar los cláxones de los coches, el sordo rumor de la ciudad moviéndose, los pájaros. Sin embargo, algo no funcionaba bien: el sonido le llegaba con retardo, igual que la voz de los reporteros que aparecían en los telediarios hablando desde países lejanos. Con su mujer no importaba porque tardaba más en escucharla pero en las tabernas, cuando acudía como de costumbre a las partidas de dominó en el barrio, quedaba como un hueco de tiempo en blanco, los contertulios lo miraban detenidos hasta que él por fin reaccionaba. Un engorro. Tras dos días de pruebas fallidas (y el molesto ruido de papel rasgándose en cada manipulación) y después de aprender de memoria las instrucciones consiguió corregir el defecto. Aunque ahora el ruido le llegaba con adelanto. Antes de que su mujer se quejara por el volumen de la televisión él la oía y se apresuraba a apagarla, así que en realidad ella no hablaba y él, por tanto, la escuchaba sin escucharla. Antes de que le preguntara si había tomado las pastillas él le contestaba, antes de que cada mañana le gritara quejándose de sus ronquidos nocturnos él se disculpaba y ella no tenía nada que decir. Su mujer no se extrañó, por el contrario pensó que gracias a los años de convivencia su marido había acabado por adquirir de pronto un conocimiento tan profundo de sus gestos que, por fin, la comprendía sin necesidad de que hablara. Por supuesto no era así, pero él no dijo nada. Le bastaba con no escucharla al escucharla. Durante unos meses la felicidad, la paz y el silencio reinaron en la casa. Pero como nada dura eternamente su mujer, que no salía de casa y raramente hablaba con los vecinos, tal vez por esa inhabitual falta de uso de los órganos fonador y auditivo, se quedó también sorda. En casa entró un nuevo audífono, pero al igual que pasó con el primero en este el sonido también llegaba con retraso. Cuando el marido contestaba inmediatamente a alguna pregunta que ella todavía no había hecho, el retardo hacía que la respuesta tardara tanto en llegar que se veía obligada a repetir la pregunta y entonces no tenía más remedio que escucharla. Exactamente igual ocurría con los reproches y con las quejas. En vano intentó arreglar el audífono, no consiguió de ningún modo ajustarlo. Únicamente el día que, harto ya de escuchar a su mujer, se decidió a pedir el divorcio, ella confesó extrañada que no le llegaba nada de lo que decía, que solo podía oír un ruido como de papel rasgándose.

 
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