Me parece que acabo de ver un ovni. Estaba yo tumbado (ustedes dirán, pues como siempre, no tiene nada de extraño. Pero no, esta vez era por una noble causa, mi barriga lleva unas dos semanas creciendo al ritmo del ascenso del número de parados y trataba yo de hacerle entrar en razón y también en los últimos agujeros de la correa con dos o tres abdominales); el caso es que en uno de los interminables descansos yacía boca arriba en la terraza de mi piso cuando me quedé mirando una estrella que había justo encima. La visión de las estrellas siempre nos hace pensar cosas profundas cuando estás solo e intentar coger una teta cuando no lo estás. Yo no tenía ninguna teta a mano así que meditaba: qué lejos está, cuánto brilla, mira que si se cayera, cosas filosóficas de esas. Cuando de repente vi que a unos 50 centímetros de donde se posaban mis ojos (en distancias astronómicas creo que es algo más. Y por si alguien que me lea es piloto de aeroplanos bélicos más o menos a las dos en punto) me sorprendió la visión de otra estrella cuya luz era mucho más intensa. Anda, me dije, cómo no la he visto antes, esto debe de ser un planeta (por qué será que todos, cuando miramos al cielo y vemos algo muy brillante pensamos que es un planeta. A veces lo pensamos hasta de las farolas). Para mi sorpresa y la de ustedes ese planeta se movía, y me dije: Anda, un avión incendiado (por qué será que todo lo que brilla y se mueve por el cielo es un avión, sobre todo si parpadea). Pero este no parpadeaba y se fue haciendo cada vez más y más pequeñito hasta que se quedó en nada y yo me quedé con cara de tonto. Cuando todo se acaba es cuando te entran las dudas (no estoy ahora hablando de sexo, aunque también vale) y yo pensaba: ¿me habrá jugado una mala pasada la vista? ¿me habré desmayado un momento y lo he soñado? ¿será una de esas estrellitas que vi justo después de intentar hacer el primer ejercicio? Nada de eso, estoy seguro. He visto un ovni.
Todas las veces que he visto un ovni (no han sido muchas, cinco o seis, sin contar, claro, los efímeros novios que mi hermana traía a casa y que de inmediato, nada más verme con la escopeta, salían volando por el balcón) me he preguntado cómo vivirán en su mundo, si tendrán razas y de qué colores, cómo se reproducirán, si se pondrán ropa de marca. Hoy me he preguntado si también a los machos extraterrestres les molestará tanto bajar la basura. De hecho sabes si un hombre es muy hombre si odia bajar la basura (ni que decir tiene que yo lo detesto). Mientras más lo odies, más machote. Es más, lo peor de todo no es tener que bajar la basura sino estar obligado a poner una bolsa nueva después. Es casi traumático. A veces pasan días y soy incapaz de poner la bolsa nueva. Intento entonces por todos los medios no generar desperdicios. Es duro tener que comerte los huesos de las peras, las cáscaras de los huevos, la piel de los plátanos, el arroz del que ya estás harto, los malos poemas. Pero más duro es tener que poner la irremediable bolsa. Me pregunto si los extraterrestres tendrán una explicación a tan extraño fenómeno, si es que ellos son tan guarros como los humanos. A lo mejor han realizado más avances que nosotros en cuestión de teletransporte y la basura se va sola al lugar ese donde reposan las porquerías. No sé, en esas cosas tan importantes pienso.
Por otro lado, la lluvia que no cae no acaba de limpiar el verano y el bixo, que de gotas de agua sabe mucho, está empezando a sustituirlas por notas musicales.
Anda, si me aligero queda mi ropa caminando detrás como una sombra coloreada, qué curioso.