Orden de derribo

jueves, 29 de octubre de 2009

a la mañana siguiente aparecen los despojos
la cara demasiado pintada
el humo de los bares todavía
sonando en el pecho con un ritmo desafinado
caminas delante de mí como tantas veces
me dices un hombre que vomita es un gallo que canta

tienes la nota de un piano sobre el párpado derecho
y unos ojos que dibujó un niño
abandonado

me dices el calor en el baño de las chicas
nos acariciaba los muslos con las manos

los primeros autobuses le ponen un acento
acostumbrado al día
no sé por qué no te encontré una vez más
al caer la tarde
o tal vez mañana
cuando levanten el vuelo las palabras laborables
y los charcos se tiren de nuevo
a los pies de las autopistas como alegres suicidas
y no me haga tanto daño la luz ni la bebida
la costumbre que tengo de esconderme
como lo hacen algunas sombras
cuando barren las viejas los portales

camino como siempre detrás de ti
me rozas un poco con tu abrigo y alguien
-tal vez yo durante un instante y en otro invierno-
rompe el tacón de tus piernas
con un gesto afortunado
te lame las miradas que te quedan por encima del sueño
y se bate en retirada

me dices un hombre que no ama es una orden de derribo
y me dejas tan despacio –muñeca que se olvida
cada día solo un poco- que casi no se nota

(algunos vendedores de periódicos
sin sombrero y con un reflejo rojo

encendido en los semáforos
fechan el día

hace frío
por ahora

el olor a pan de las tiendas que abren
es mi único aliado).

Una de vaqueros

jueves, 22 de octubre de 2009

atraviesas mis prados
y te tumbas a mi sombra

y vienes a beber el agua fresca
de mis fuentes que palpitan

la hierba crece toda para ti

mi amor
o eres una vaca o te amo demasiado.

jueves, 15 de octubre de 2009

Me parece que acabo de ver un ovni. Estaba yo tumbado (ustedes dirán, pues como siempre, no tiene nada de extraño. Pero no, esta vez era por una noble causa, mi barriga lleva unas dos semanas creciendo al ritmo del ascenso del número de parados y trataba yo de hacerle entrar en razón y también en los últimos agujeros de la correa con dos o tres abdominales); el caso es que en uno de los interminables descansos yacía boca arriba en la terraza de mi piso cuando me quedé mirando una estrella que había justo encima. La visión de las estrellas siempre nos hace pensar cosas profundas cuando estás solo e intentar coger una teta cuando no lo estás. Yo no tenía ninguna teta a mano así que meditaba: qué lejos está, cuánto brilla, mira que si se cayera, cosas filosóficas de esas. Cuando de repente vi que a unos 50 centímetros de donde se posaban mis ojos (en distancias astronómicas creo que es algo más. Y por si alguien que me lea es piloto de aeroplanos bélicos más o menos a las dos en punto) me sorprendió la visión de otra estrella cuya luz era mucho más intensa. Anda, me dije, cómo no la he visto antes, esto debe de ser un planeta (por qué será que todos, cuando miramos al cielo y vemos algo muy brillante pensamos que es un planeta. A veces lo pensamos hasta de las farolas). Para mi sorpresa y la de ustedes ese planeta se movía, y me dije: Anda, un avión incendiado (por qué será que todo lo que brilla y se mueve por el cielo es un avión, sobre todo si parpadea). Pero este no parpadeaba y se fue haciendo cada vez más y más pequeñito hasta que se quedó en nada y yo me quedé con cara de tonto. Cuando todo se acaba es cuando te entran las dudas (no estoy ahora hablando de sexo, aunque también vale) y yo pensaba: ¿me habrá jugado una mala pasada la vista? ¿me habré desmayado un momento y lo he soñado? ¿será una de esas estrellitas que vi justo después de intentar hacer el primer ejercicio? Nada de eso, estoy seguro. He visto un ovni.
Todas las veces que he visto un ovni (no han sido muchas, cinco o seis, sin contar, claro, los efímeros novios que mi hermana traía a casa y que de inmediato, nada más verme con la escopeta, salían volando por el balcón) me he preguntado cómo vivirán en su mundo, si tendrán razas y de qué colores, cómo se reproducirán, si se pondrán ropa de marca. Hoy me he preguntado si también a los machos extraterrestres les molestará tanto bajar la basura. De hecho sabes si un hombre es muy hombre si odia bajar la basura (ni que decir tiene que yo lo detesto). Mientras más lo odies, más machote. Es más, lo peor de todo no es tener que bajar la basura sino estar obligado a poner una bolsa nueva después. Es casi traumático. A veces pasan días y soy incapaz de poner la bolsa nueva. Intento entonces por todos los medios no generar desperdicios. Es duro tener que comerte los huesos de las peras, las cáscaras de los huevos, la piel de los plátanos, el arroz del que ya estás harto, los malos poemas. Pero más duro es tener que poner la irremediable bolsa. Me pregunto si los extraterrestres tendrán una explicación a tan extraño fenómeno, si es que ellos son tan guarros como los humanos. A lo mejor han realizado más avances que nosotros en cuestión de teletransporte y la basura se va sola al lugar ese donde reposan las porquerías. No sé, en esas cosas tan importantes pienso.
Por otro lado, la lluvia que no cae no acaba de limpiar el verano y el bixo, que de gotas de agua sabe mucho, está empezando a sustituirlas por notas musicales.
Anda, si me aligero queda mi ropa caminando detrás como una sombra coloreada, qué curioso.

Sueño

domingo, 4 de octubre de 2009

Empezó en el metro de Madrid, en una joven estudiante de tercer curso de medicina que había dormido poco preparando el examen de anatomía. Una anciana que iba a visitar a su nieto enfermo y esa mañana había madrugado la miraba con ternura. De la anciana pasó, recorriendo el vagón de norte a sur, por un ejecutivo de una compañía telefónica, por una madre y su hija que iban al médico y por dos divorciados que volvían de una noche de juerga, después se paró un segundo hasta dar con dos turistas ingleses que estaban a punto de bajar en Atocha y prendió en el andén sobre una argentina que empezaba a tocar el violín como todas las mañanas. No fue difícil subir las escaleras mecánicas con los seis jóvenes que todavía celebraban la victoria de su equipo desde la noche antes. Ya en la calle pareció morir, pero se agarró de reojo y casi de milagro a un albañil que rápidamente lo dejó en el quiosco donde tres hombres mayores y una puta compraban sendos periódicos y una tableta de chicles. De la puta pasó sin dificultad al quiosquero y a doce aburridos señores que tomaban café en el bar de la esquina. A partir de aquí se bifurca, pero seguiremos a uno de ellos que acababa de pagar y salió en dirección opuesta a la estación de tren, donde se cruzó con un autobús del inserso que en ese momento estaba a punto de descargar cuarenta y tres exhaustos ancianos en la puerta de la estación. No fue difícil que prendiera en la estación, bifurcado en dos ramas principales. Una de ellas murió cuando al pasar delante de un joven de veinte años, este volvió la cabeza para observar el trasero de una inmigrante brasileña que limpiaba la cristalera en una tienda de regalos. La otra rama saltó desde una joven promesa del toreo parado en el andén número cuatro hasta un vendedor de jabones que llegaba en un tren de Zaragoza. De ahí pasó con una fugaz mirada a la azafata que comprobaba los billetes en el Ave de las 9,30 con dirección a Sevilla. A partir de aquí sucedió lo inexplicable. Nadie podría imaginar que llegara a Sevilla, teniendo en cuenta que solo son más o menos cuatrocientos pasajeros en tres horas de trayecto. Pero ocurrió el milagro. A intervalos de unos diez segundos fue pasando de uno a otro hasta casi morir en el maquinista en el momento de estacionar en Ciudad Real. El maquinista fue visto por un anciano que todas las mañanas se sentaba en un banco de la estación a ver pasar los trenes y de ahí saltó a un taxista que acababa de dejar a un cliente. Para no cansar demasiado diremos que se dio una vuelta por la ciudad para regresar a la estación a lomos de una exuberante asesora de imagen de una marca de cosméticos. Entró en el Ave de las 11,26 con dirección a Córdoba y Sevilla. Al llegar a Córdoba visitó la mezquita con un grupo de finlandeses jubilados y regresó para tomar el ave de las 14,02 junto a un concejal de izquierda unida que viajaba a Sevilla para una manifestación contra el despido libre. Finalmente, después de casi morir sobre dos personas que tuvieron que repetir entrando en la estación de Santa Justa, se colocó sobre un soldado de permiso que subía las escaleras mecánicas para encontrarse con su novia. En la sala de espera volvió a prender con fuerza en varias direcciones. Nos interesa la dependienta que acababa de terminar su turno y salía cansada por la puerta norte. De allí llegó no sin dificultades a un cercano campo de fútbol donde recorrió las gradas como una ola pequeñita para seguir, siempre en dirección norte, a lomos de un ciclista primero, de un motorista después y por último del conductor de Tussan de la línea doce. En el primer semáforo casi se durmió en el negro que vendía pañuelos de papel. Saltó con pereza a un coche que torció a la derecha y se quedó caminando con cuatro mujeres que charlaban en dirección al parque de Miraflores. Allí entró en el bloque 51 de la mano de un niño con muletas que se encontró al entrar en el ascensor con tres vecinos. El último que se bajó era mi hermana, en el piso octavo, a la que abrí en el momento justo para que saltara sobre mí mientras hablaba por teléfono con mi novia, estudiante de tercer curso de Medicina y que esa mañana acababa de hacer un examen de anatomía. Sobre mí duró lo que duran todos los bostezos, casi nada.

 
agoneluz - by Templates para novo blogger