El audífono

lunes, 3 de mayo de 2010

Al cumplir los sesenta se quedó sordo. Ocurrió de forma gradual, primero escuchando cada vez más lejana la voz de cotorra asustada con que le hablaba su mujer. Al principio le pareció bien, dejaron de molestarle sus chillidos histéricos, pero pronto su vida se convirtió en una película muda. Acudió a un centro especializado y compró un audífono de última generación. Su funcionamiento era sencillo. Después de colocárselo y tras los primeros ajustes para suprimir un turbio sonido como de papel rasgándose volvió a escuchar los cláxones de los coches, el sordo rumor de la ciudad moviéndose, los pájaros. Sin embargo, algo no funcionaba bien: el sonido le llegaba con retardo, igual que la voz de los reporteros que aparecían en los telediarios hablando desde países lejanos. Con su mujer no importaba porque tardaba más en escucharla pero en las tabernas, cuando acudía como de costumbre a las partidas de dominó en el barrio, quedaba como un hueco de tiempo en blanco, los contertulios lo miraban detenidos hasta que él por fin reaccionaba. Un engorro. Tras dos días de pruebas fallidas (y el molesto ruido de papel rasgándose en cada manipulación) y después de aprender de memoria las instrucciones consiguió corregir el defecto. Aunque ahora el ruido le llegaba con adelanto. Antes de que su mujer se quejara por el volumen de la televisión él la oía y se apresuraba a apagarla, así que en realidad ella no hablaba y él, por tanto, la escuchaba sin escucharla. Antes de que le preguntara si había tomado las pastillas él le contestaba, antes de que cada mañana le gritara quejándose de sus ronquidos nocturnos él se disculpaba y ella no tenía nada que decir. Su mujer no se extrañó, por el contrario pensó que gracias a los años de convivencia su marido había acabado por adquirir de pronto un conocimiento tan profundo de sus gestos que, por fin, la comprendía sin necesidad de que hablara. Por supuesto no era así, pero él no dijo nada. Le bastaba con no escucharla al escucharla. Durante unos meses la felicidad, la paz y el silencio reinaron en la casa. Pero como nada dura eternamente su mujer, que no salía de casa y raramente hablaba con los vecinos, tal vez por esa inhabitual falta de uso de los órganos fonador y auditivo, se quedó también sorda. En casa entró un nuevo audífono, pero al igual que pasó con el primero en este el sonido también llegaba con retraso. Cuando el marido contestaba inmediatamente a alguna pregunta que ella todavía no había hecho, el retardo hacía que la respuesta tardara tanto en llegar que se veía obligada a repetir la pregunta y entonces no tenía más remedio que escucharla. Exactamente igual ocurría con los reproches y con las quejas. En vano intentó arreglar el audífono, no consiguió de ningún modo ajustarlo. Únicamente el día que, harto ya de escuchar a su mujer, se decidió a pedir el divorcio, ella confesó extrañada que no le llegaba nada de lo que decía, que solo podía oír un ruido como de papel rasgándose.

16 comentarios:

Tristán dijo...

Curioso Agone, así es como llegan los divorcios. Los años de convivencia matan la comunicación. Y la falta de ésta y el aislamiento hacen el resto.

Sharli Fly Clown dijo...

Hola, me ha encantado, ha sido hasta divertido.

Saludos

Lucía dijo...

Sí, muy divertida y curiosa, pero ¡pobrecita la señora! Después de toda una vida pendiente de su marido, de sus pastillas, soportando sus ronquidos... va el otro y le pide el divorcio ¡Qué egoista!

Elevalunas Ecléctico dijo...

Más que el oído, suele ser el olfato el sentido con el que mejor se anticipa el futuro. De hecho, el sonido va habitualmente a unos trescientos y pico de metros por segundo (aproximadamente), lo que conlleva forzosamente un cierto retardo en su percepción.

En cambio el tacto...

Lucía dijo...

Ummmmmmmmm.....

Y el sabor? Dónde me dejas el sabor?

Elevalunas Ecléctico dijo...

También por eso me ha gustado esta historia. Por eso y porque las historias que hablan de incomunicación suelen ser paradógicamente muy comunicativas.

"El oído es un sentido perfectamente prescindible incluso para un músico"
(Ludwig van Beethoven a las cinco la mañana)

Elevalunas Ecléctico dijo...

El sabor es al gusto como el sonido al oído.

¿Y al tacto?

a)Los objetos
b)Las cosas
c)La materia
d)Las tetas

agoneluz dijo...

La respuesta correcta es la d) ¿no?

agoneluz dijo...

Pues debe de ser verdad lo del olfato. A mí el futuro cada vez me huele peor.

Aunque no habría que menospreciar la vista porque también lo veo muy negro.

agoneluz dijo...

Siguiendo con la opción d) y para que todos los sentidos tuvieran su cuota de protagonismo, después de verlas, olerlas y tocarlas sería estupendo que sonara algo parecido a una bocina.
Aunque si no suena nada tampoco nos vamos a quejar...

Elevalunas Ecléctico dijo...

Los niños más gamberretes de mi barrio enfadaban a las niñas más desarrolladitas apretándoles las tetas e imitando a la vez el sonido de una bocina. Yo nunca me atreví a hacerlo, pero les envidiaba en silencio.

Desde luego, vaya barrio.

cesare perverse dijo...

Muy bueno. Y, además, muy divertido. Tanto como los debates que se generan en estos comentarios.

Lucía dijo...

¿Has visto qué ingeniosos estos dos, Cesare?

Yo me he asomado a tu blog y me gusta lo que cuentas.

cesare perverse dijo...

Gracias por asomarte, Lucía. Y con respecto a esos dos, sí, son muy ingeniosos. Claro que tratándose de tetas siempre hay que aguzar el ingenio.

Marta Gómez dijo...

Muy ingenioso, agone, me ha gustado y me ha sentado bien leerlo.
A mí particularmente me costaría mucho-muchísimo vivir sin alguno de mis sentidos, el mundo de las sensaciones me es imprescindible para disfrutar de esto que cada vez va más negro y huele peor, jeje
El oido y la vista son los q más exprimo

Ciclista dijo...

Así es la vida, Lucía. Cuando alguien se quiere divorciar, poco le importa los develos del pasado. Casi siempre busca únicamente su bienestar. Y si es mujer con niños, más.

 
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