Sueño

domingo, 4 de octubre de 2009

Empezó en el metro de Madrid, en una joven estudiante de tercer curso de medicina que había dormido poco preparando el examen de anatomía. Una anciana que iba a visitar a su nieto enfermo y esa mañana había madrugado la miraba con ternura. De la anciana pasó, recorriendo el vagón de norte a sur, por un ejecutivo de una compañía telefónica, por una madre y su hija que iban al médico y por dos divorciados que volvían de una noche de juerga, después se paró un segundo hasta dar con dos turistas ingleses que estaban a punto de bajar en Atocha y prendió en el andén sobre una argentina que empezaba a tocar el violín como todas las mañanas. No fue difícil subir las escaleras mecánicas con los seis jóvenes que todavía celebraban la victoria de su equipo desde la noche antes. Ya en la calle pareció morir, pero se agarró de reojo y casi de milagro a un albañil que rápidamente lo dejó en el quiosco donde tres hombres mayores y una puta compraban sendos periódicos y una tableta de chicles. De la puta pasó sin dificultad al quiosquero y a doce aburridos señores que tomaban café en el bar de la esquina. A partir de aquí se bifurca, pero seguiremos a uno de ellos que acababa de pagar y salió en dirección opuesta a la estación de tren, donde se cruzó con un autobús del inserso que en ese momento estaba a punto de descargar cuarenta y tres exhaustos ancianos en la puerta de la estación. No fue difícil que prendiera en la estación, bifurcado en dos ramas principales. Una de ellas murió cuando al pasar delante de un joven de veinte años, este volvió la cabeza para observar el trasero de una inmigrante brasileña que limpiaba la cristalera en una tienda de regalos. La otra rama saltó desde una joven promesa del toreo parado en el andén número cuatro hasta un vendedor de jabones que llegaba en un tren de Zaragoza. De ahí pasó con una fugaz mirada a la azafata que comprobaba los billetes en el Ave de las 9,30 con dirección a Sevilla. A partir de aquí sucedió lo inexplicable. Nadie podría imaginar que llegara a Sevilla, teniendo en cuenta que solo son más o menos cuatrocientos pasajeros en tres horas de trayecto. Pero ocurrió el milagro. A intervalos de unos diez segundos fue pasando de uno a otro hasta casi morir en el maquinista en el momento de estacionar en Ciudad Real. El maquinista fue visto por un anciano que todas las mañanas se sentaba en un banco de la estación a ver pasar los trenes y de ahí saltó a un taxista que acababa de dejar a un cliente. Para no cansar demasiado diremos que se dio una vuelta por la ciudad para regresar a la estación a lomos de una exuberante asesora de imagen de una marca de cosméticos. Entró en el Ave de las 11,26 con dirección a Córdoba y Sevilla. Al llegar a Córdoba visitó la mezquita con un grupo de finlandeses jubilados y regresó para tomar el ave de las 14,02 junto a un concejal de izquierda unida que viajaba a Sevilla para una manifestación contra el despido libre. Finalmente, después de casi morir sobre dos personas que tuvieron que repetir entrando en la estación de Santa Justa, se colocó sobre un soldado de permiso que subía las escaleras mecánicas para encontrarse con su novia. En la sala de espera volvió a prender con fuerza en varias direcciones. Nos interesa la dependienta que acababa de terminar su turno y salía cansada por la puerta norte. De allí llegó no sin dificultades a un cercano campo de fútbol donde recorrió las gradas como una ola pequeñita para seguir, siempre en dirección norte, a lomos de un ciclista primero, de un motorista después y por último del conductor de Tussan de la línea doce. En el primer semáforo casi se durmió en el negro que vendía pañuelos de papel. Saltó con pereza a un coche que torció a la derecha y se quedó caminando con cuatro mujeres que charlaban en dirección al parque de Miraflores. Allí entró en el bloque 51 de la mano de un niño con muletas que se encontró al entrar en el ascensor con tres vecinos. El último que se bajó era mi hermana, en el piso octavo, a la que abrí en el momento justo para que saltara sobre mí mientras hablaba por teléfono con mi novia, estudiante de tercer curso de Medicina y que esa mañana acababa de hacer un examen de anatomía. Sobre mí duró lo que duran todos los bostezos, casi nada.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Dicen que duran entre 3 y 6 seg. y que aumentan la capacidad respiratoria y relajan los músculos implicados igual que los suspiros. Pero al parecer en el hombre y en los chimpances que son los únicos donde se contagian, también indican cambios de estado, de aburrimiento a alerta y vicecersa, sincronizando el sueño y los periodos de actividad y permitiendo iniciar acciones colectivas.
Así que probablemente, ( y perdón por el rollo),tu novia al intentar despertarse te ha pegado el sueño, unas horas más tarde.

Elevalunas dijo...

¿Sólo un comentario por ahora?
Si es que ya no se valora la buena literatura...

Lucía dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Elevalunas Ecléctico dijo...

Una sugerencia (literaria). ¿Cómo quedaría este mismo relato si cada punto fuera punto y aparte? Creo que la gente ve el ladrillo y se asusta y no lo lee.
Y tú dirás: "Po ellos se lo pierden"
Y no te faltará razón.
Ya sé que más que una sugerencia es una impertinencia.
Con lo que a ti te gustan los signos de puntuación...
(A mí el médico me ha prohibido el punto y coma; pero no le hago mucho caso)

Ana dijo...

Ya sé que tienes sueño, que te gustan los trenes y mirar a la gente, pero como no cambies la canción nos harás dormir a todos. ¿Es lo qué quieres?

agoneluz dijo...

Bueno, mientras no ronquéis...

Lucía dijo...

Sí, Elev, buena literatura y todo lo que tú quieras, pero... da sueño.

¡Anda! ¡Ya hay tres comentarios!

 
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