La casa de Bernarda Malva

jueves, 10 de septiembre de 2009

Aquella puritana familia había perdido un miembro. Afligida estaba Adelaida, la viuda, y más aún cuando supo que su inflexible madre le había impuesto un riguroso luto, el mismo que irracionalmente habían seguido todas las anteriores mujeres de la familia siempre que moría un marido o el padre. Sus creencias animistas los obligaban a cambiar de estado o situación de forma gradual, como ocurre con el paso de la noche al día, así que se estableció un periodo inicial de riguroso negro durante los dos primeros años, puertas, ventanas y demás orificios cerrados a cal y canto. Después otros dos años de un color café, entreabriendo la ventana del patio interior en otoño para dejar pasar el aire de lluvia. Sucesivamente, cada dos años aparecían nuevos colores en la ropa y nuevas aperturas al exterior; así llegó la época del castaño y la apertura del portón de la cuadra; el caqui y la ventana de la cocina; el melocotón y la trampilla del desván; el pardo, el almendra, el gris , el beige; la puerta del patio, la ventana del comedor, la claraboya del soberado, la persiana de la habitación. La alegría era ya palpable en la casa de la familia puritana. Adelaida olvidaba sus penas, el color crema le sentaba bien; dos años. El color perla le hacía los ojos más hermosos, la luz se filtraba ya por la ventana del baño, medio abierta. Dos años. El primer traje blanco a punto de estrenarse, cosido con devoción para lucirlo ante la admiración de todo el pueblo. La puerta de la calle que por fin se abre, confundiendo sus chirridos con el llanto de Adelaida por la muerte de su padre, al que sacan de la casa metido en una caja de un color muy negro.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia es antigua, pero me ha gustado la relación entre los colores y los espacios.
Cuando podemos elegir no siempre se cumple, a veces vestimos de gris, marrón o malva y estamos todo el día en los balcones, (pescando una insolación o un resfriado), y otras nos vestimos con los colores del arcoiris y preferimos asomarnos a los espejos en vez de a las ventanas.
Ni mejor, ni peor.

 
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