11:00 p.m. 1:30 a.m.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Claro que después de esta noche
la cerveza tendría un sabor distinto,
algo más metálico y también de vaso sucio.
Por si quedaba alguna duda tocó su cara
como se toca un espejo roto, los días
que no terminan bien nunca terminan

y esta noche aún movía su rabo
como escondiéndose debajo de una piedra.
Claro que antes todo había sido distinto
y entonces no eran los gatos del tejado
más que cometas que depositó el viento,
había bebido un poco y se movía desde la niebla,
con esquirlas blandas en los ojos

y una propensión desnuda al beso.
Claro que después alguien derramaría algunas gotas
y no de lluvia y dentro de los zapatos
empezó a hacer frío. Siempre las muecas
con el rímel corrido quedan mal
pero a veces trazan el perfil de uno mismo
y es peor. Por si acaso miró sus manos
y encontró una burbuja que pesaba un poco,
como un anillo que quiere evitarse.

Claro que antes no lo había observado
y por eso las paredes tenían un tacto suave,
el sillón tenía un tacto suave,
la piel no pero nadie se fija en eso a no ser
que tenga un sonido de navaja o que aparezca

un poco de barro en el filo de las mantas.

A pesar de todo, el espacio que deja la incertidumbre
lo llena la propia incertidumbre,
(a veces también el eco de dos copas chocando).
Claro que después tendría que dar explicaciones,
no bajo la tensa luz de unos focos,
hoy es todo más sencillo, más bien alejado en sombra,

pero quién entiende los objetos clandestinos,
las palabras clandestinas, los rostros que se miran
tanto rato que al final dejan de verse.
Claro que mucho antes había visto caer su rostro
como quien deshace una cama y para no ser tarde
el invierno que dentro no era

dejaba gotas de rocío en la ventana.
Es entonces cuando pensó que tal vez
pero después se dijo no, y debajo de sus pies
un hilillo de tristeza orilló una copa vaciada en el suelo.
Claro que después alguien apagaría la luna
y los gatos ya eran gatos aunque no huyeron.
Debajo de unas manos se formó despacio un silencio
de puertas cerradas y globos con agujeros

y se quedó ahí, mirando a la noche
que también sabe estar callada si hace falta,
viendo cómo una brisa balanceaba la ropa
que cuelga a veces frágil de los tendederos,
casi siempre con nosotros dentro.

4:00 a.m.

martes, 24 de noviembre de 2009

Dudaba como dudan las alfombras. Quedó desnuda al borde de la bañera, hizo un ovillo con la resaca y dejó que rodara sin consignas, apenándose un poco en los vértices. La cuchilla tenía un filo de araña, circundado por una pátina amarilla de hielo romo. En la habitación se escucharon toses y tres o cuatro cigarros echaron de pronto a volar con un ruido de insecto quemado. La tos número uno quedó desmayada en el gabán, la tos número dos inició una espiral mística y dobló triunfal las toallas. La tos número tres torció el gesto y los umbrales y se metió en su boca dejándole un sabor a pene vacío, a cocina extraña. De pronto, tal vez ayudada por unas zapatillas que de pronto y desde lejos imitaban a una lija, fue como si la duda hubiera encallecido y encanecido y vomitó sobre sí misma con sumo cuidado. Y aparcó a la chica desnuda dentro de la bañera, sin cuchilla y sin pena. Sin ganas.

Maquillaje

miércoles, 18 de noviembre de 2009

de repente se sienta
una sala de espera es igual que un andén
igual que un billete de ida con fecha equivocada

coloca recto el abrigo el bolso a su derecha
en el suelo
-queda un poco de lado con el descuido
de una nota de despedida
valora despacio el silencio después llega un perfume
como un sobre delgado

se posa dulcemente en el periódico
página treinta y cinco noticias inter
nacionales el mundo entero arde en sus ojos
retrocede en su límite
y tiembla
con el rencor de los desposeídos

se mueve un poco incómoda el bolso a su lado
como un cajón que guarda una pistola

cuando te mire -lo hará
con todo el cuerpo
también con las preguntas con el vacío
que precede a la ropa interior
y a las palabras-

aparecerá en el tiempo un fugaz maquillaje
que una mano aplica
con fingida destreza

La pecera

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Se posa como un anillo en el agua.
Desde el cristal (una frontera invisible
o el frío que sucede después de un despertar
lejano), los mira arrebatados, besándose,
bebiéndose la sed y un poco a oscuras.

En la esquina un gabán parece dormido
y frota con un dedo que no existe
las gotas de lluvia que empiezan a secarse.

Llegan las palabras como espejos deformes,
y entre ellas, el silencio es un camino
con los ojos cerrados, la línea imaginaria
que trazan a veces los puntos suspensivos.

Dentro del agua el silencio se hace marítimo,
verdades calladas.

Así puede verlos y oírlos sin reparar apenas
en las piedras artificiales, en un barco duro
que yace en el fondo del agua como un zapato.

Después, cuando ya se han ido y la casa
es un cadáver que dormita, cuando se desperezan
los muebles y corrigen sus posturas,

queda junto al cristal moviéndose en el brillo.
Igual que el humo, quiebra curvas invisibles
que duran lo mismo que palomas blancas,
un instante de serpentina en la casa vacía.

Desde aquí tiene todo una mirada de gafas blandas,
también las plantas artificiales, inútiles adornos
que juegan caprichosamente a su modo.

El aire, con un sabor a tabaco mojado,
le duele porque no es suyo, colmado de un perfume
que reposa en el sofá, desnudo de la piel
y del vértigo del sudor en el dormitorio.

Le duelen los fantasmas que hay tras el cristal,
tras cada puerta pues las puertas solo sirven
para guardar el miedo.

Más tarde, el gabán ya plegado en un sueño
inquieto, desde el agua (como un frasco de mar
con ola dentro) los ve regresar cansados,
besándose con la sed de los náufragos,
mordiendo la soledad pegada en la luz
de las lámparas.

El tiempo, desde este lugar, es un impermeable
con arrugas. Sucede con distancia
porque busca siempre cuerpos desprevenidos,
entregados a la tarea de no ser solo recuerdos.

Pero desde el agua, desde los ojos también,
los relojes parecen recipientes vacíos
y el amanecer una postal en blanco y negro.

Los ve dormir aunque no pueden dormir,
tocándose aún con la soledad que los arrastra,
desnudos pero no del todo. Respirando
porque también algunos peces respiran.

Hay un poco de escarcha en el borde
de la pecera, pero no son lágrimas.

Leche condensada

jueves, 5 de noviembre de 2009

Abro el mueble bar y no hay nada. Nada de lo que yo estoy buscando. Mi madre esconde el bote de leche condensada para que yo no lo encuentre. Busco en el armario de la ropa y tampoco hay nada, solo las botellas de ginebra que guarda mi padre para que nadie pueda quitárselas. En un cajón de la mesilla de noche encuentro la pistola que mi hermano esconde desde que se hizo skin, pero la leche condensada no aparece. Miro en el trastero y solo hay objetos robados, una radio, una tele, ordenadores ocultos tras cajas bien disimuladas. Pregunto a mi hermana pero no me contesta, como siempre. Revuelvo en su habitación, en su joyero hay pastillas y hachís, pero no leche condensada. Miro debajo de la cama de mis padres y encuentro un hombre escondido, semidesnudo. Le pregunto si sabe algo de la leche condensada que guarda mi madre. Tras pensarlo un momento sonríe, pero tampoco suelta prenda. Aburrido, decido esperar a la merienda, con la esperanza de que mi madre rellene con ella el bollo que me da. Aparece mi hermana con los ojos rojos, mi hermano ha salido, mi padre llega oliendo a ginebra. Miro a mi madre, con la carita sonrosada, y me ofrece un bocadillo de mortadela. Le pregunto dónde está la leche condensada. Me observa despacio y responde:
- Este niño es tonto-, mientras, abre el frigorífico y saca la leche condensada- ¿dónde va a estar? En su sitio, como todo.
Como todo.

 
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